Jesús, Nuestro Guía

Jesús, Nuestro Guía
" El que me Recibe a mi, Recibe al que me ha Enviado"
CATOLICOS JOVENES

Este espacio ha sido creado para encontrar más personas necesitadas y con sed de Cristo y sumar amigos, formando una gran Red Católica en el mundo, destinada a evangelizar… Es tiempo de darnos vuelta y mirar al mundo, tomando el ímpetu misionero de Aquellos hombres que nos han dejado su huella en el pasado. Hoy queremos decir, Señor, aqui estoy para hacer tu voluntad.

Ven, súmate a este espacio y compartamos junto de este espacio de evangelización.

Bienvenidos a

CATOLICOS JOVENES

El Evangelio del Día:

Texto del Evangelio (Jn 12,44-50)

En aquel tiempo, Jesús gritó y dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí».


Diáconos permanentes, el ministerio que más crece en la Iglesia

El Anuario Estadístico de la Iglesia que se ha presentado en el Vaticano revela que, mientras la cantidad de sacerdotes aumenta desde el año 2000 al 2008 en menos de un 1 por ciento, los diáconos permanentes crecen en más de 33% a nivel mundial.
La Librería Editora Vaticana acaba de publicar una nueva edición del Anuario Estadístico de la Iglesia, en el que se recogen datos sobre los principales aspectos relativos a la acción de la Iglesia católica en los diferentes países en el período 2000-2008.A lo largo de estos nueve años, la presencia de católicos en el mundo ha pasado de 1.045 millones en el año 2000 a 1.166 millones en 2008, con una variación relativa del +11,54%. Sin embargo, leyendo los datos de forma diferenciada se observa que en África se registra un incremento del 33%, mientras en Europa la situación se mantiene sustancialmente estable (+ 1,17%); en Asia el incremento es de +15,61%, en Oceanía +11,39) y en América + 10,93. No obstante, los católicos europeos han pasado del 26,81% del 2000 al 24,31%, de 2008. En América y Oceanía se mantienen estables y en Asia aumentan ligeramente.Por lo que respecta al número de obispos en el mundo, se ha pasado de 4.541 en 2000 a 5.002 en 2008, con un aumento del 10,15%.La población sacerdotal, tanto diocesana como religiosa, muestra un ligero crecimiento a lo largo de estos nueve años (con un aumento del 0,98% a nivel mundial), pasando de 405.178 en 2000 a 409.166 en 2008. Si en África y Asia aumentan (respectivamente un 33,1% y un 23,8,%), América se mantiene estable, mientras Europa y Oceanía disminuyen un 7% y un 4%.Los sacerdotes diocesanos aumentan un 3,10%, pasando de 265.781 en 2000 a 274.007 en 2008. Por contraste, los sacerdotes religiosos se hallan en constante disminución (-3,04%), llegando a ser 135.159 en 2008. Los sacerdotes disminuyen claramente solo en Europa: si en 2000 representaban más del 51% del total mundial, en 2008 decrecen al 47%. Sin embargo, si en Asia y África juntas suponían en 2000 el 17,5% del total, en 2008 el porcentaje era del 21,9%. América ha aumentado ligeramente su porcentaje que ronda el 30%.En cuanto a los religiosos no sacerdotes, si en 2000 eran 55.057, en 2008 han bajado a 54.641. Comparando los datos por continentes, en Europa se percibe una neta disminución (-16,57%) y en Oceanía (-22,06%), manteniéndose establemente en América y aumentando en Asia (+32,00%) y en África (+10,47%).Las religiosas son casi el doble que los sacerdotes y 14 veces los religiosos, pero actualmente están disminuyendo. Han pasado de 800.000 en 2000 a 740.000 en 2008. En cuanto a su distribución geográfica, el 41% reside en Europa mientras en América vive el 27, 47% , en Asia el 21,77% y en Oceanía el 1,28% . En términos generales, las religiosas han aumentado en los continentes más dinámicos, África (+21 %) y Asia (+16%).Los diáconos permanentes constituyen el grupo en más fuerte evolución en el curso del tiempo: de cerca de 28 mil en 2000 aumentan a 37 mil en 2008, con una variación significativa de +33,7%. En America este aumento es sostenido: en el año 2000 había más de 18 mil diáconos permanentes, mientras que en el año 2008 esa cifra aumentaba a 24 mil. El Anuario Estadístico de la Iglesia también recoge la evolución del número de estudiantes de Filosofía y de Teología en los seminarios diocesanos y religiosos. A nivel global han aumentado, pasando de 110.583 en 2000 a más de 117.024 en 2008. Mientras en África y en Asia los candidatos al sacerdocio aumentan, en América se mantienen y en Europa disminuyen.Fuente: Servicio Informativo Vaticano

Block de Noticias :


¿Qué Significa Ser Misionero?

“Ser misionero significa abandonarse a si mismo para seguir y cumplir con la voluntad de Dios Padre.”

¿Quiénes son Los Misioneros?

"Los Misioneros son los enviados con la tarea específica de anunciar a Jesucristo a aquellos que aún no lo conocen, fundar la Iglesia donde todavía no existe y proclamar a todos que el Reino de Dios ya está en medio de nosotros”

¿Cómo puedo ser Misioneros?

El primer paso lo das Tú. Primeramente debe existir el deseo personal de ser misionero.

Ahora bien, si ya tienes ese paso, debes saber que dentro de tu parroquia más cercana, podrás encontrar diversos grupos. Acércate e infórmate sobre como participar.

Si aún así se te hace muy complicado, la mejor manera de comenzar a evangelizar y misionar es en tu propia vida, en tu entorno, para cumplir así de corazón con lo que llaman “ la caridad comienza por casa”.

Ahora, te invito a ver una nueva forma de ser Discípulo y Misionero de Jesucristo.

Discípulos de Cristo

Es el Señor quien elige y llama a los discípulos, no por sus cualidades personales, ni siquiera las morales. Es la gratuidad de su elección la razón de nuestra presencia aquí. Ser discípulo es un don de Dios, que consiste no sólo en aceptar una doctrina, sino en adherir a la Persona de Jesús, e incorporarse por Él a la obediencia filial al Padre y a la docilidad al Espíritu Santo (cf. Heb 5,8-10), porque en la revelación, “Dios invisible, movido por el amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Dei Verbum, 2).
La Palabra revelada por Dios, no es acogida con la fuerza de la evidencia de la luz natural de la inteligencia sino con la firmeza propia de la fe, de la confianza sobrenatural en Dios bueno y veraz que nos habla como amigo, abriéndonos la intimidad de su designio. La Fe es la verdad del misterio divino compartida en el amor: el amor de quien revela, el Señor, y el amor de quien le cree, el discípulo. La obediencia de la fe, raíz de la salvación, es un acontecimiento de la nueva creación. No es resultado de ninguna cultura humana. El Señor quiere continuar su obra por nosotros. Necesitamos ofrecernos todos los miembros de la Iglesia como sus signos e instrumentos. Unos para otros, y todos nosotros para todos los hombres que comparten nuestra historia. Que seamos uno en la fe y en el amor, para que el mundo crea. Empecemos a dar testimonio en estos días.
El discípulo cree porque fue seducido por la Pascua de Jesucristo, por su entrega de amor en la Cruz. El acto de fe es este encuentro de libertades y de amores, una libertad seductora por su amor, la de Cristo; otra seducida por ser amada, la del discípulo. Así se origina el injerto del bautizado en la cepa que es Cristo y su incorporación a la Iglesia.
La libertad de la fe, como toda auténtica libertad, debe ser vivida con la dignidad de un hombre que tiene sed de Dios y lo busca con todo el corazón. Por eso, debe ser sostenida y defendida frente a todas las tiranías, cualquiera sea su origen y su forma.
“Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús”, nos exhorta la Epístola a Los Hebreos (12,2). Jesucristo, luz del mundo (Jn 9,5), revela el designio de salvación por todo lo que hace y lo que dice (cfr. Dei Verbum 2). Hemos de contemplar y escuchar al Señor que, con oportunidad de esta Asamblea, se nos presenta y nos habla con particular solemnidad. Él es el Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, luz de la vida para América y el mundo. Queremos aprender de su humanidad escondida en la anunciación a María en Nazaret, manifestada en Belén, actuando en Galilea, en Samaría y en Judea, lavando los pies de los apóstoles en el Cenáculo, instituyendo la Eucaristía, muriendo en el Gólgota y resucitando en el sepulcro. Queremos escuchar las Bienaventuranzas, el Padrenuestro, las últimas palabras en la Cruz. Queremos saber siempre más de su tesoro insondable. Porque Él es nuestra identidad. En la sabiduría de la Iglesia sabemos que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado” (GS 22).
Hemos de vivir apasionados por la verdad, por toda verdad, porque en toda verdad está llegando el misterio de Dios, Padre de las luces, y el Verbo, Jesucristo, que es la Verdad. El pecado entró en el mundo por la mentira. El diablo es el padre de la mentira, y así, el padre de los pecados de los hombres. Tener pasión por la verdad es propio de los hijos de la luz, y manifestación de la sed de la vida. En cambio, la indiferencia por ella y el relativismo del conocimiento entrañan la renuncia a la sabiduría, que debe dirigir los pasos del el hombre, ser inteligente y libre. El hombre está llamado a caminar en la luz de la verdad, a buscarla siempre como su enamorado y mendigo, aunque en el tiempo nunca la encuentre en plenitud.
Jesucristo es la Verdad (Jn 14,6). En Él, Dios Padre nos abre al misterio de Dios Uno y Trino, y de su designio, y nos explica quiénes somos los hombres y adónde vamos. Por Cristo aprendemos que somos imagen de Dios, llamados a ser hijos en el Hijo y amados por Dios por nosotros mismos (cf. GS 24). Entendemos que la familia es el santuario del amor y de la vida. Sabemos que la comunidad humana está destinada a la fraternidad, se debe construir cada día y debe durar para siempre. La razón de pertenencia de cada persona a la familia humana universal radica en su dignidad de hijo de Dios y hermano de los hombres.
Conocemos así que el encuentro de los hombres no se debe regular por las normas del egoísmo, para que cada uno procure su propio provecho reclamando exclusivamente sus derechos, sino por la ley del amor para que descubramos en el otro un don de Dios y un destinatario de nuestro servicio, cuyos derechos debemos defender como si fuesen propios. En la fe debemos descubrir a Cristo en el rostro de todos, particularmente de su hermanos más pequeños (cf. Mt 25,31-46).
Además por la fe sabemos que el universo creado es una casa común, obra de Dios Padre, regalada a todos los hombres de todos los tiempos, a quienes les entregó como título de propiedad inajenable y como título de responsabilidad irrenunciable su propia naturaleza de hombre, imagen de Dios, hijo suyo, hermano de todos los hombres y junto con ellos, administrador del cosmos. En fin, por la fe sabemos que el tiempo, por la gracia de Jesucristo, es camino de la eternidad, a la que vamos acercándonos en cada instante y vamos llegando en cada muerte.
¡Cuánta sabiduría nos regala Dios en su Hijo, Camino, Verdad y Vida! Esta sabiduría es plena cuando se vive la fe, que reclama para su perfección la esperanza y la caridad. Aceptemos agradecidos el don de ser discípulos y vivamos “haciendo la verdad en el amor” (Ef 4,14).
El misterio de Jesús no estrecha el horizonte sino que ilumina el destino de todos los hombres en el Plan de Dios. Esto es sostener con claridad la última razón de la dignidad y la igualdad de todos los hombres. La verdadera estatura de todo hombre no es simplemente la del viejo Adán, sino la del nuevo Adán, la de Jesucristo, el Hombre Nuevo.
A Él debemos seguir. Él es el Camino, en su estilo, el de la Cruz: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8, 34-35).
El discipulado lleva a estar siempre dispuesto a entregar la vida por el Señor, como los mártires. Siempre la Iglesia ha tenido mártires y hoy también los tiene. La Iglesia sufre persecuciones que requieren despojos y humillaciones que constituyen un verdadero martirio: la burla y la banalización, la indiferencia y el silencio, la calumnia y el abuso de poder.
Sólo en la verdad de este espíritu martirial, vivido con sencillez y acción de gracias, sostenidos por la oración y los sacramentos, podemos sentirnos discípulos plenos de Cristo y experimentar que nos incorporamos en su obra salvadora. El cristiano es esencialmente pascual. Así viven los santos. Esto nos pide el Señor cuando nos llama para ser sus discípulos. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” (Jn 15,13-14).
Para vivir la vida nueva de la gracia y empezar el Reino de la Vida que prepara los cielos nuevos y la tierra nueva, el Señor nos ha dado como alimento del camino la Eucaristía, sacramento de su amor, de su sacrificio, de su muerte y su resurrección. Es el Señor hecho pan y hecho vino el que nos da la fuerza para vivir como Él, para que participemos de su “amor hasta el fin”, para incorporarnos al dinamismo de su amor oblativo, nos enseñaba Benedicto XVI (Cf. Sacramentum caritatis 11). Un gran pastor de nuestra América, poco antes de morir, me decía: “No nacemos para morir. Nacemos para entregarnos a Dios”. El que así vive -así vivió él- tiene en la muerte el último acto de su vida, el último acto de su amor.
La oración, que acompañó a Jesús sobre todo en sus momentos culminantes, debería distinguir a los miembros de la Conferencia para que la cercanía del Señor sea profundamente experimentada y éstos sean días de tierna intimidad con Él. Los cristianos eran reconocidos en el mundo pagano como comunidad orante. La Conferencia de Aparecida debería ser señalada por lo mismo. En la oración encontrará sabiduría y discernimiento, espíritu de diálogo serio y fraterno, capacidad de comunicación entre todos, porque Dios se aproxima a todos para reunimos y no está tejos de nadie sino sólo de aquel que lo rechaza.

Misioneros de Cristo

A quienes les había revelado la voluntad del Padre, les transmite la potestad y les impone el deber de anunciar el Evangelio. “Yo he recibido todo poder... hagan discípulos... bautizándolos... y enseñándoles...” El amor de Cristo al Padre y a todos los hombres debe pasar al corazón de los discípulos para comunicar ese amor, que es la misión del Señor.
Quien ha conocido al Señor, y su designio de misericordia, experimenta el deber maravilloso de compartir los dones de la creación y de la gracia, y la esperanza de la gloria. El discípulo de Cristo ha comprendido que existir es coexistir, o mejor, es proexistir, es decir, existir para el servicio, para dar, darse, comunicarse. La vida de la persona humana es esencialmente relacional, sólo es auténtica cuando se comunica y vive en comunión. La Comunión de Dios trinitario se refleja en nosotros cuando, por la comunicación con Él y de unos con otros, nos hacemos Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios, Templo del Espíritu.
La misión del discípulo procede del misterio de comunión divino. El discípulo de Cristo es, como Cristo mismo, servidor de la comunión. Vivir la vida nueva es, para el discípulo, vivir la comunión con Cristo por la fuerza del Espíritu que lo conduce a anunciar la redención. Es ofrecerse el discípulo como víctima junto a Jesús para la conversión y la salvación de los hombres, para su participación en el Misterio trinitario.
Queremos hacer el don de Dios a todos los hombres de nuestra tierra. Porque, como dijo nuestro Sumo Pontífice, “quien no da a Dios, da demasiado poco” 1 . Y si queremos dar a Dios, infinito en su ser y su verdad, en su bondad y su belleza, ¿cómo no hemos de querer darnos a nosotros mismos? Y dándonos a nosotros mismos, ¿cómo no hemos de querer compartir los otros bienes?
Si no compartimos los bienes creados, materiales y espirituales, trabajándolos juntos y participando de ellos en solidaridad, no estamos amando a Dios. “El que no practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano”, dice San Juan (1 Jn 3,10). Pero también es cierto que si no damos a Dios, aunque demos otros bienes, no estamos pagando la deuda de amor entre nosotros: nuestra deuda es Dios. No nos debemos sólo la fraternidad, sólo la justicia social. Nuestra primera deuda es Dios.
Todo es deuda real y todo es deuda con Dios. Somos obreros contratados para esta obra maravillosa. Dios es quien nos ha llamado. No tengamos miedo. Tengamos confianza en el Señor que ya ha vencido. Si nos dejamos ganar por Él, si nos dejamos inundar por su Espíritu, podremos decir ante nuestros deberes, aun los más difíciles, lo que dijo Jesús en la Ultima Cena: “He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi pasión” (Lc 22,15). Y al cumplirlos, podremos recordar siempre a San Pablo que nos alienta: “Como dice la Escritura: ‘Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte y se nos considera como a ovejas destinadas al matadero’. Pero en todo esto obtenemos una espléndida victoria, gracias a Aquel que nos amó” (Rom 8, 36-37).
Creamos: la redención actúa hoy. La Pascua de Cristo está en la eternidad dominando los siglos, brindándose con la plenitud de su gracia a todos los hombres y pueblos de América Latina y El Caribe. Hoy podemos convertirnos, santificarnos y servir a la santidad de los demás. Hoy podemos amar porque hoy somos amados por el amor redentor. Hoy podemos servir a la conversión de los hermanos. Cada instante es capaz de Cristo pascual. El instante de cada persona y de cada pueblo existe para que Cristo acceda al corazón y a la libertad de cada uno. Hoy, “el Hijo de Dios, por su Encarnación, se ha unido en cierto modo con todos los hombres (GS 22).
No nos debemos extrañar si no obtenemos frutos pastorales cuando no tenemos interiormente semejanza real con el Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas. Siempre, siempre, la verdad y la gracia son vida que nos llega de Jesús, a cuyo servicio está siempre la Iglesia. Ella reclama de sus miembros y de sus ministros, la identificación creciente con el Redentor. Toda la acción de la Iglesia no es sino ser signo e instrumento del misterio del Señor, ser su transparencia eficaz para irradiar la verdad y la vida de su belleza.
La V Conferencia tiene como horizonte inmediato la evangelización y santificación de nuestro continente. Estamos jugando aquí la historia santa, la nuestra y la de los demás hermanos de nuestra América. Estamos escribiendo la historia en este momento que no vuelve. La historia es escrita por la libertad de Dios y la de los hombres. Los condicionamientos del contexto físico o histórico no son causa eficiente del acto libre. Son condiciones solamente. Soy yo su autor, somos nosotros quienes elegimos. El hombre se hace o se deshace moralmente desde dentro. No desde fuera. Frente a Dios tenemos que cumplir con el deber de ser en la historia libres y santos. La libertad debe definir al hombre en el amor de Dios y del prójimo, al estilo de Jesús en su Pascua. Libres como el viento, como la juventud inmensa y sana. Libres como el Resucitado. Libres como el Espíritu.
En definitiva, si el hombre se hace padre de sí mismo por sus opciones, los pueblos también deben definirse en su cultura por sus amores. En esta Conferencia no queremos vivir una libertad vacía y errante, sino que queremos elegir conducidos por el Espíritu. “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rom 8,14). Queremos elegirnos en el amor de Jesús para donamos en la cultura de la amistad social y la solidaridad. Esta fuerza llega a nosotros desde la comunión del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y nos llega aquí y ahora, en la casa de Nuestra Señora Aparecida.

La verdad es la esperanza

¿Seremos pueblos más justos y solidarios, capaces de conversión y de perdón, capaces de reconciliación y de paz? ¿Pueblos más creyentes, discípulos de Cristo, fraternos y misioneros, más esperanzados, magnánimos y audaces? ¿Seremos pueblos con más vida en Jesucristo, más santos y peregrinos de la gloria? Dios nos eligió y nos está llamando a su Reino de Vida. Respondamos hoy. La Quinta Conferencia vale por sí misma. Hoy, y en la medida en que vale hoy, vale para mañana. El tiempo es un Adviento. No es algo que pasa. Es Alguien que viene: Jesucristo el Señor.
Dios no responde con ideas. Responde con personas. A la cuestión del hombre, “que el demonio pretendió responder con la promesa mentirosa de “serán como dioses” (Gn 3,5), Dios, en la plenitud de los tiempos, respondió con la verdad plena de su Hijo en la Encarnación redentora.
Hoy, en una cultura en la que se ha proclamado que el hombre ha muerto, la respuesta sigue siendo Jesucristo, que debe llegar y está llegando por las personas de sus discípulos, de sus auténticos discípulos, identificados con Él y sacramentados por Él en su amor hasta el fin. No temamos. No es que en este cambio de época todo lo bueno desaparece sino que sufrimos dolores de parto de un mundo nuevo. Por nuestro servicio misionero queremos que este mundo adveniente se abra a la filiación divina, a la fraternidad humana y al banquete de la creación. Cristo es el manantial vivo de nuestra esperanza (cf. NMI 58). Por Él, con Él y en Él, debemos y queremos ser discípulos y misioneros.
Dice el Señor: “Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13,1). Les lavó los pies y se entregó a sí mismo en la Última Cena. Nosotros, que queremos ser sus fieles discípulos, sabiendo que también este tiempo es un kairós en el que con Cristo hemos de pasar al Padre, debemos amar a nuestros hermanos hasta el fin, lavar sus pies y entregar nuestras vidas a su servicio. Nada menos. Éste es el lenguaje de Jesús Resucitado con sus discípulos misioneros. En este lenguaje vital renueva hoy Jesús su Alianza con nosotros en el Evangelio y en la Eucaristía.
María la primera discípula de su Hijo que creyó y, por eso, lo concibió, nos enseñe a escuchar y creer para anunciar a Jesús, Camino, Verdad y Vida. Que Ella nos enseñe a obedecer a su Hijo, que nos repite: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,19).
Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora Aparecida, ruega por nosotros.


otros Importantes

Este documento es una carta escrita con cariño hacia los jóvenes para anunciarles, con alegría y esperanza, que el matrimonio bendecido por Dios sigue siendo una Buena Noticia.

Preparada por la Comisión Nacional de Pastoral CECh, esta carta a los jóvenes sobre el matrimonio “¡Te amo!...¿nos casamos?” es una completa guía para ayudar a los jóvenes a optar por el camino del amor bendecido por el Señor.

En su presentación, el obispo presidente de la Pastoral Familiar, Mons. Bernardo Bastres, manifiesta la hermosura de ver jóvenes que se acercan a la parroquia para pedir la bendición de su unión. Son jóvenes que saben que la unión matrimonial no se puede improvisar, y que el matrimonio por la Iglesia es una buena noticia.

“Creemos de verdad que ustedes son capaces de aceptar los grandes desafíos, y que siguen con entusiasmo las propuestas que valen la pena”, agrega Mons. Bastres.

Los contenidos de “¡Te amo!...¿nos casamos?” son:

I. Cuando se enciende la llama del amor: el enamoramiento
A. El descubrimiento del otro
B. La experiencia del encuentro
C. La decisión por el otro
D. El aprendizaje de la intimidad

II. Arder en la misma llama: el sacramento del matrimonio
A. “Serán los dos una sola carne” (Gn 2, 24)
B. “Me entrego a ti, y prometo serte fiel”
C. “Lo que Dios ha unido”

Anexo: Qué hacer para casarse por nuestra Iglesia

“¡Te amo!...¿nos casamos?”está a la venta a un precio unitario de $600 en la Librería Pastoral de la CECh (Echaurren 4, piso 5, Metro República, Santiago).

- Más información y solicitud de ejemplares www.iglesia.cl/libreria

Fuente: Prensa CECh


miércoles, 28 de abril de 2010

Noticias On- Line

Eucaristía en el Día del Trabajador



El Cardenal Francisco Javier Errázuriz, Arzobispo de Santiago, presidirá misa a las 10:00 horas en la Catedral Metropolitana en la que se exhortará al diálogo social para la reconstrucción del país ante representantes de

los trabajadores, de las comunidades cristianas, de las autoridades y de todos los sectores nacionales. En ella se orará para que el país logre superar con fraternidad la exclusión social y la inequidad.

La solemne eucaristía -a la que están invitados el Presidente de la República, los ex mandatarios y todos los parlamentarios- será precedida de una corrida de cuasimodistas que homenajearán a 5 héroes de los trabajadores, partiendo en la tumba de San Alberto Hurtado y culminando en la Plaza de Armas.

"La celebración de la festividad de San José Obrero, este sábado 1º de mayo en la Catedral Metropolitana, tendrá un sentido histórico. En ella, la Iglesia de Santiago quiere recorrer y bendecir la historia chilena de las conquistas de los derechos sociales y de la relación entre el estado, la empresa y el mundo del trabajo, como una invitación a un nuevo tiempo de diálogo social". Así lo explicó el Vicario de la Pastoral Social y de los Trabajadores, presbítero Rodrigo Tupper Altamirano.

El Arzobispado de Santiago ha extendido la invitación a todas las comunidades de la capital a concurrir al principal templo capitalino, como también a todas las autoridades, los cientos de alumnos de sus escuelas sindicales, estudiantes, empresarios, dirigentes de las centrales multisindicales y adultos mayores para celebrar el Día del Trabajador del año del bicentenario.

Una columna de cuasimodistas y ciclistas partirá a las 8 de la mañana desde el Santuario del Padre Alberto Hurtado e irá recogiendo en su camino los estandartes de 5 "héroes" chilenos que se destacaron por la defensa de la dignidad de trabajadores y trabajadoras: San Alberto Hurtado, Manuel Bustos, Tucapel Jiménez, Clotario Blest y monseñor Raúl Silva Henríquez. El último de ellos, en las puertas de la sede del Congreso Nacional en Santiago, será entregado por el Presidente del Senado, Jorge Pizarro, y el Obispo Auxiliar de Santiago, Monseñor Cristián Contreras Villarroel. Los estandartes presidirán la celebración en la Catedral, hasta la que llegarán escoltados por un centenar de jinetes y por la camioneta verde del santo jesuita.

Ministros, parlamentarios, dirigentes sindicales, trabajadores y jóvenes serán los encargados de hacer las peticiones y acciones de gracias, como también de las ofrendas en una liturgia llena de simbolismos de unidad nacional y oración por quienes han perdido sus fuentes laborales producto de los desastres naturales que han golpeado el país.

Fuente: www.vicaria.cl

Santiago, 27/04/2010